María Santísima de los Dolores.
Ha llegado la noche en pleno día
y la luz de esperanza perdió el vuelo.
Ya no le queda una gota de consuelo
al destrozado pecho de María.
Ya ha perdido la Virgen la alegría
que a sus entrañas vino desde el Cielo;
ya la sangre de Cristo empapa el suelo
y se hiere en su pecho la agonía.
Ya se vuelve la Virgen madre herida,
doliente carne, hoguera que arde amores;
mujer que al hijo quiere dar la vida.
Y no hay nadie que escuche sus clamores;
Tan sólo Dios, clavado en Cruz erguida,
se duele en el dolor de sus Dolores.
«La Despedía».
Por Calle Atrás, Dolores con su pena.
Por la Bermejo, Cristo Penitente.
Ya no cabe en la Plaza tanta gente
ni en el aire más néctar de azucena.
Hay un vuelo de espíritu latente
que, al pecho humano, de esperanza llena.
La paloma del alma se serena
desde El Hacho a la Vega floreciente.
Ya Dolores se inclina reverente
ante el Dios-Hijo que llevó en su seno,
que duele tanto entre su luz sombría.
Y El Nazareno, Padre Omnipotente,
se postra ante su madre, de amor lleno,
haciéndose dolor de “Despedía”.